Hoy os traemos una magnífica noticia, nuestra autora Macarena Lledó ha ganado el premio de relato corto de su cole, el Colegio Calasancio de Madrid.
Escúchala en Menudo castillo de Radio 21 entrevistada por Javier Fernández y su equipo de “menudos periodistas”.
Brillante, directo, fulminante… Aquí os dejamos la historia de Cloe para que la disfrutéis y nos contéis vuestra opinión…
CLOE
Escribí la palabra en el cuaderno para no olvidarla. Cogí el paquete de tabaco y saqué un cigarro. Lo encendí y me quedé observando la palabra que había escrito anteriormente mientras soltaba la primera bocanada de humo. «Cloe». Sencillo, corto y estremecedor. Entrecerré los ojos y con un ligero toque del dedo solté la ceniza que sobraba. El sonido del móvil me despertó de mi ensimismamiento. Dejé el cigarro en el cenicero y respondí a la llamada.
—¿Sí?
—¿Qué has apuntado en ese cuaderno?
Me tensé.
—¿Disculpe? ¿Con quién estoy hablando?
—¿Qué has escrito? —repitió marcando cada palabra.
Parecía una voz de mujer. Me incorporé en la silla y miré por la ventana. ¿Estaban espiándome? Tenían que estar haciéndolo, si no ¿cómo iban a saber que había escrito algo en aquel cuaderno verde? Dirigí la mirada hacia él. Cloe. ¿Qué importancia tenía ese nombre? Ni siquiera sabía de qué se trataba. Hace apenas unos minutos me había llegado un sms de un número oculto con esa única palabra. ¿Qué significaba? Ni idea.
—Voy a darte cinco segundos para responder.
Me temblaba el labio inferior, lo empapé de saliva. Vamos, ¿por qué no podía decir el nombre y ya está? Era una cuestión absurda, quizá era una simple broma.
—Uno.
No podía ser una broma. Alguien estaba observándome, alguien tenía que estar viéndome en ese momento. Me entró un escalofrío al pensar eso.
—Dos.
¿Por qué me enviaron a mí ese mensaje? Soy una persona completamente normal, paso desapercibida.
—Tres.
Parecía realmente en serio. «Venga, dilo y acaba con esto» pensé.
—Cuatro.
No, no podía hacerlo. Si alguien lo quería saber es porque era importante. Si hubiera sido la policía quien necesitara de esa información no habría sido así. No podía ser nada bueno. No, no podía hacerlo. Notaba como todos los engranajes de mi cabeza iban a toda velocidad
—Cinco.
Por un momento dejé de respirar esperando que pasara algo. Pero no fue así, se hizo el silencio. No me relajé. Iba a llamar a la policía. Me estaban espiando, esto era absurdo. Iba a llamarla. Iba a hacerlo. Alargué el brazo para coger el teléfono, pero un sonido repentino hizo que me detuviera. El cristal de la ventana había estallado en mil pedazos. El corazón se me detuvo. Unas milésimas de segundo después noté un dolor punzante en el estómago. La respiración se me ralentizó. Me llevé la mano a la zona afectada y me mareé al ver que tenía sangre. Perdí el equilibrio. Intenté agarrarme a la mesa pero me fue imposible. Caí al suelo e intentando no despegar mi mano del vientre, me arrastré para llegar al móvil. No llegué. Creo que se apagaron las luces, ya no veía bien. Mi vista se nublaba cada vez más y sentía que mi punto de gravedad había cambiado. Tenía un dolor sordo en la cabeza, se me cortaba la respiración y me pesaban los párpados. Estaba fuera de sí. Yo, ya no era yo. Poco a poco, todo fue volviéndose más y más confuso, hasta que quedé sumida en una completa oscuridad.
—¿Hola? ¿Estás ahí?
Parpadeé varias veces incómoda al ver una luz fulgurante. Cuando conseguí enfocar me di cuenta de que no estaba en casa. Estaba en un hospital. Dirigí la mirada hacia la chica que tenía al lado. Era preciosa. Tenía
el pelo tan rubio que casi era blanco, los ojos azules penetrantes, unos labios rosados y unas facciones suaves. Sonreí casi sin darme cuenta.
—Hola —dijo con una voz dulce, casi de esperar.
Esa voz me resultaba vagamente familiar.
—¿Nos conocemos? —pregunté con la voz entrecortada.
—No lo creo —contestó ella con tranquilidad.
Decidí dejarlo pasar, sería una tontería. Me aclaré la garganta.
—¿Cómo he llegado hasta aquí?
Sonrió mostrando su dentadura perfecta.
—Un vecino llamó a urgencias —explicó —. Y menos mal eh, si no fuera por él ahora mismo ni siquiera estarías viva.
Soltó una risa que hubiera sonado encantadora en cualquier otro caso, pero en ese momento no lo fue. Me acordé de la libreta, del nombre, de la llamada, de la herida. Me llevé la mano al estómago automáticamente. Cerré los ojos un momento y suspiré.
—¿Cuándo entraron en mi casa había una libreta verde de anillas en la mesa principal?
—Yo no estaba allí —respondió —. ¿Pero qué tenía de especial? Quizá pueda ir a preguntar, pero no creo…
—No importa —dije cortante.
La persona que me disparó tenía que haberse llevado la libreta. Me había llevado un tiro por un simple nombre. ¿Por qué no lo había dicho y ya está? No dejaba de pensar en ese maldito nombre, en el mensaje con el que comenzó todo esto. Me detuve un momento, ¿y si todo no había empezado con ese mensaje? ¿Y si todo venía desde mucho más atrás? Tenía que tener un sentido. Seguí pensando.
—¿Te ocurre algo? —preguntó la enfermera rubia.
No me había dado cuenta de que todavía seguía allí.
—No, no me pasa nada. Sólo tengo una herida de bala en el estómago.
Se rió. Yo no le veía la gracia. Noté vibrar mi móvil en la mesilla. Alargué el brazo para cogerlo. No me hizo falta desbloquearlo. En la pantalla había otro sms anónimo. En él sólo ponía «George». Fruncí el ceño confusa. Otra vez había vuelto a pasar. No conocía a ningún George ni a ninguna Cloe. Esto tenía que ser una broma. Suspiré y dejé el móvil en la mesa. Me quedé unos segundos en silencio, aún con la presencia de la enfermera. Me di cuenta de algo. George era el nombre de mi padre. Él fue asesinado hace unos ocho años. Nunca resolvieron su caso. ¿Tendría algo que ver? Fruncí el ceño de nuevo. Me acordé de una persona en particular, un supuesto testigo del asesinato. Él siempre dijo que fue una mujer, que esa silueta no era de un hombre. La policía no quiso escucharle porque era un anciano de ochenta años con demencia senil. No era un testigo fiable. Pero, ¿y si tenía razón? ¿Y si Cloe fue la asesina? ¿Y si alguien me mandó esos mensajes para que yo lo supiera? Era mi padre, merecería saberlo. ¿Y si fue Cloe la que me disparó para evitar que fuera más allá?
—Tengo otros pacientes que atender —dijo la enfermera haciéndome volver a la realidad —. Si necesitas algo me llamarás ¿verdad?
Asentí dirigiendo mi mirada hacia ella. Sonrió y se recolocó el identificador en el bolsillo superior del uniforme. Se me paró el corazón al leer su nombre:
Cloe.